"Al final del viaje está el horizonte. Al final del viaje partiremos de nuevo. Al final del viaje comienza un camino, otro buen camino que seguir descalzos".

-Silvio Rodríguez-

jueves, 4 de julio de 2013

POSTALES: LA MARCHA

Entre sueños y pesadillas deambula mi maleta de viaje. El miedo a volar es el más común de los miedos en el mundo moderno. Confieso que nunca me paralizó la idea de acabar de bruces contra el suelo prisionera de una elipse de lata. 

Al levantarme esta mañana encontré su hueco en el colchón. La sábana arrugada, aún caliente, pero ni rastro de su forma, su olor o su sudor en la almohada. Los nervios se habían marchado y en su lugar, mi radio despertador silbaba alegres sonidos de jueves. 

Suena estúpido, anhelar, buscar un rostro que jamás reconociste. Casi extrañarlo ya. Imaginar el brillo de su mirada, el color de su tez, la longitud de su cabello y su paso tardo al caminar. Permanecer durante días paralizada por la idea de no saber si tus ojos serán capaces de registrar tantos cambios, y recordarte que sus brazos te acogerán cálidamente, y te enseñarán cuanto puedan, cuanto quieran, que no se trata de ser la primera en nada, la mejor en nada.

Como un sobre en blanco me introduzco por la ranura. La urna de cristal es el precio que hay que pagar cuando el tiempo deja de cobrar sentido. Para ella lo importante no es llegar, sino el eterno movimiento y yo, que quiero comprehender, no puedo dar por buenas las luces que refleja esta impoluta caverna.

Durante 14 horas viajaremos sin descanso por esta urna de cristal opaca que a ratos nos permite intuir una mota de polvo en la extensa madera y otras oscurece nuestro camino removiendo señales y arenas para que no podamos conocer.

Durante 14 horas dejaré de pensar en la marcha, mi marcha, y en aquella habitación presa de melodías de amor que trataban de seducirme. Melodías que a mí sólo me hablaban del adiós, del viaje.

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