"Al final del viaje está el horizonte. Al final del viaje partiremos de nuevo. Al final del viaje comienza un camino, otro buen camino que seguir descalzos".

-Silvio Rodríguez-

miércoles, 11 de septiembre de 2013

POSTALES: TU BRÚJULA Y YO

Se marchó. Y se ha llevado con ella el olor a limón regado por toda la mesa. Se marchó. Y ahora la recuerdo distinta, más serena que cuando compartíamos soledades.
Llegó nerviosa, creyéndose en una guerra. A ratos, altiva. A ratos, callada. Menguante. Yo solía golpearme con sus respuestas escuetas, la profundidad de sus lindos ojos negros que no alcanzaba a comprender hasta que una tarde fría aprendí a nadar por ellos.

Caminábamos por la 6 de Diciembre y sin prólogo o presentación previa a la prensa, comenzaste a describirme las heridas de tu cuerpo. En ese instante me hiciste saber que no era tu dolor, también era el mío, el de dos vidas separadas por un inmenso mar y sin embargo, golpeadas por la misma violencia.

En Ecuador, casi resulta tarea imposible toparse con alguien que no crea en dios. Por ello, aquella tarde entre sorbos de café, él me preguntó intrigado: "Y si no crees en Dios, ni en ninguna fuerza universal, en qué crees entonces?""En las personas", le contesté, y mentía o me equivocaba. 

He conocido a grandes mujeres. En muchas ocasiones ni lo sospechaba. Durante años he admirado sus formas, su brillantez, su independencia y arrojo. Las he creído de alguna manera seres individuales, protagonistas de una única historia, un camino no lo suficientemente empedrado como para tropezar en él y alargar la mirada para ver qué hay más allá de tanta vegetación tramposa.

Aceptar y enfrentar mi dolor personal ha sido lo que me ha permitido reconocerme en multitud de paisajes. Los Andes, la cocina, la violencia machista, el Mar Caribe, la calle, el abuso sexual, la selva, el prostíbulo, la estigmatización. Me ha entregado un traje que me evita el sentirme extranjera en ningún lugar, y me ha hecho el regalo de reconocerme en la mujer que toma en las noches y luego ahoga su pena bajo la cobija. En la que se paraliza ante el solo recuerdo del agresor. En la que vaga perdida buscando palabras para una respuesta que sólo encontrará en su interior.

¿Qué milagro o fuerza mayor puede haber que la que reside en las mujeres? Que a pesar de los golpes, avanzan, a pesar de los gritos, no ensordecen, y que aún habiéndoles robado la brújula, jamás se pierden. 

Por ello creo en las mujeres. Creo en ella. Creo en ti. Y tengo la certeza de que nada ni nadie va pararte en ese camino hacia la felicidad que tú bien mereces.

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