"Al final del viaje está el horizonte. Al final del viaje partiremos de nuevo. Al final del viaje comienza un camino, otro buen camino que seguir descalzos".

-Silvio Rodríguez-

lunes, 19 de agosto de 2013

POSTALES: MORIRSE POR VOLVER

No quiero que me graben. No me gusta. Tampoco las fotografías. Soy muy fea.

Rocío mira al suelo. Me mira a mí. Mira al suelo. Mira al suelo. Mira al suelo... Ya no me mira. ¿Será que este mensaje sí lo van a llevar lejos? -me pregunta esperanzada con la mirada hecha charcos- quiero que el gobierno sepa que no puede actuar así, que dejó desprotegido a mi pueblo y olvidó sus promesas

Rocío es madre. De cuatro hijos. Colombiana refugiada en el Ecuador. Desde hace cinco años busca trabajo. Desde hace veintisiete carga sobre sus pies la violencia y el horror de una guerra. Apenas ha trabajado un feriado. No tiene dinero para unas nuevas pantalonetas y los 100 dólares que le restan a final de mes no le alcanzan para alimentar las seis bocas de su familia. 

Salió de Nariño ahogada por el miedo a que sus hijos dibujaran siempre el mismo final en sus libretas. Hoy vive tan angustiada que en las noches confunde sueños y pesadillas, y al amanecer se sorprende pensando en volver a su tierra. Pero sé que no puede ser. No quiero que mis hijos mueran.

Negra. Fea. Volvete a tu país. No es sólo el sonido de las piedras sobre su tejado el que la despierta. Son los cuchicheos al caminar. La desconfianza al buscar trabajo. La negación por norma ante la oportunidad. El desprecio en las miradas. El odio que la asfixia y la rodea, que no la deja dormir, que ha marcado en su rostro joven y bello unas perennes ojeras.

Yo sólo quiero trabajar, que me permitan demostrarles que soy una mujer honesta. Sandra, Walter, Osvaldo, distintos nombres, distintos rostros, pero siempre una misma respuesta: yo me muero por volver, pero ése es justamente el problema: si vuelves, mueres.

Torpemente coloco mis manos sobre su fragilidad y trato de recoger cuántas lágrimas puedo. No permitas que nadie te haga sentir fea jamás. No lo eres, eres una mujer muy hermosa, muy fuerte y muy valiente. Y torpemente la dejo marchar.

Aturdida, mis pies y mi corazón se paralizan. Quedo prisionera del sonido seco de la puerta. Su despedida. Me volteo. No siento. Y observo a través de la ventana la nada, la incertidumbre de que estas últimas palabras tengan algo de valor entre tanto sufrimiento, tanta pena.

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